El tiempo que nos ha tocado vivir está plagado de paradojas. Tenemos que ser capaces de saber movernos en esta realidad paradójica y de gestionar las emociones encontradas que nos provocan. No ser capaces de adaptarnos a este paisaje, no saber convivir con las paradojas que nos rodean, provoca que naveguemos como barcos entre una espesa niebla poblada de miedos, unos reales y otros imaginarios.
Éstas son sólo algunas de la paradojas: Una, vivimos una época de cambios vertiginosos pero nos atemoriza cambiar, abandonar hábitos con los que nos sentimos cómodos y embarcarnos en la aventura de lo desconocido: ¿será diferente lo nuevo, será mejor? Esto nos despierta temor, incertidumbre y no poca inseguridad. Dos, buscamos la seguridad, aunque la vida es lo contrario: inseguridad e incertidumbre. Una y otra forman parte de nuestro ecosistema natural. Tres, en la Era del aprendizaje, somos reticentes a aprender cosas nuevas. Cuatro, el fracaso es una palabra de éxito, aunque no aceptamos ni la derrota ni el fracaso.
El miedo al fracaso, a la derrota; el miedo al estigma que supone ser calificado como “perdedor” o como “fracasado”, es algo que ha permanecido casi invariable en los dos últimos siglos. En esta sociedad nuestra, “perdedor” o “fracasado” son adjetivos que solemos inyectar directamente en el ADN de algunas personas, como si apoyáramos un hierro candente en los lomos de una res. Sin embargo, el fracaso se ha convertido en una palabra de éxito, sobre todo en boca de algunos gurús y escritores de cientos de textos que pueblan la sección de “autoayuda” de las librerías. Muchos de estos libros están escritos por personas exitosas que hacen negocio a costa del fracaso ajeno.
Os cuento una pequeña historia. Un día, la hija de Santiago Álvarez de Mon, un pensador de referencia en Liderazgo y Dirección y Gestión de empresas, manifestó a su padre la inquietud y la incertidumbre en las que estaba sumida, tras haber realizado una entrevista de trabajo. El padre la tranquilizó, diciéndole: “Tu éxito no pueden definirlo otros”.
En esta respuesta, que conduce a una pregunta, reside la clave: ¿qué es para ti el éxito? La respuesta será el trampolín de nuestro futuro, o una losa que hará que nuestra autoestima se hunda por debajo del suelo que pisamos.
La autoestima no es otra cosa que lo que pensamos de nosotros. Algo personal e íntimo. Construimos la autoestima con nuestros valores y con nuestras expectativas, pero también con nuestras experiencias pasadas. A la hora de definir tu éxito, ¿estás anclado en el pasado o estás “aquí y ahora”? La genial terapeuta norteamericana, Viginia Satir, escribió: “Lo que posibilita que incrementemos nuestros sentimientos de autoestima es nuestra disposición de aceptar nuevas posibilidades, de probarlas para ver si nos valen y luego, si es así, ponerlas en práctica hasta que las hacemos nuestras”. Nunca lo sabrás si no lo intentas.
Tú eres medida de tu éxito. Cada uno de nosotros marca el camino por el quiere transitar y donde y cómo quiere llegar en este viaje que es, en sí mismo, la meta. Tú eres tu principal recurso y posees las herramientas que necesitas. Tú eliges si quieres compararte con alguien o si quieres aprender de él, o con él.
Del mismo modo que no es necesario haber sufrido un trauma para ser resiliente, para tener éxito no hemos de andar encadenando derrota tras derrota. Es más, cuando los fracasos se vuelven recurrentes es el momento de pararse y analizar que debilidad nuestra tenemos que modificar. Y si crees que lo has hecho bien, pasa página.
No se trata de no querer ganar, algo humano y legítimo, sino de manejar el error como fuente de aprendizaje. En la definición que hagas de tu éxito, no puedes olvidar contemplar que puedes fracasar. “Sólo aceptando la derrota como opción, superando el miedo a perder, se puede competir y ganar”, escribió el profesor Álvarez de Mon, tras la derrota de Nadal en el Open de Australia.
Agradezco al profesor la inspiración para redactar estas líneas.
Escribir esta nota es, para mi, un éxito. Y quiero celebrarlo contigo que me estás leyendo. Tú te has esforzado para conseguirlo. Tú te has permitido la libertad de arriesgarte.