“Sólo si me siento valioso por ser quien soy, puedo aceptarme, puedo ser auténtico, puedo ser verdadero”
(Jorge Bucay)
¿Cuántas veces no nos habremos arrepentido después de haber hecho lo que hemos hecho sólo porque otra persona o grupo de personas nos acepten dentro de su círculo? ¿Cuántas veces no nos habremos faltado a nosotros mismos? ¿Cuántos de vosotros habéis estudiado una carrera o empezado en un trabajo, sólo porque os lo decían vuestros padres, o alguno de ellos?
En la adolescencia se produce de manera paulatina una des idealización de los padres, frente a una creciente necesidad de encontrarse con iguales fuera del ámbito del hogar. Los padres se encuentran “de repente” con un nuevo ser que parece haber poseído a su hijo. A eso se añade las idas y venidas de los jóvenes de un grupo a otro, intentan “encajar” con aquellos con los que más tengan en común.
Algo que resulta imprescindible es que los chicos y chicas aprendan lo que significa una “verdadera amistad”. Ahí los padres y madres pueden colaborar explicando lo que para ellos es un buen amigo, así como poner ejemplos propios de lo que es el valor de una amistad sólida y de confianza. Teniendo siempre cuidado con cuál es nuestra expectativa de amistad, pues no tiene por qué coincidir con la del otro. Fundamental es que los padres traten con respeto y amabilidad a los amigos elegidos por sus hijos (sobre todo para no dejarles en evidencia o ridículo).
CONFIANZA. Palabra clave. En quién confiar, cómo es esa confianza, hasta cuándo dura y si somos capaces de recuperarla una vez perdida, sólo depende de cada uno. La Confianza es la creencia que cada uno tiene en su propia capacidad.
La relación entre iguales forma parte de la transición a la vida adulta a través de las experiencias vividas dentro y con el grupo social al que entran, a través del alejamiento parental, la creación de relaciones duraderas y recíprocas, la formación de identidad y preferencias, etc. Buscan reafirmar su propio YO aprendiendo a tomar sus propias decisiones escogiendo a su grupo de “iguales”. De esta manera conforman esa transición hacia la vida adulta.
“Mi gran error, aquel por el cual no puedo perdonarme, es el día en que dejé mi obstinada búsqueda de mi individualidad”
(Oscar Wilde)
Vivimos en sociedad. Y está claro que todos, o casi todos, sentimos la necesidad de relacionarnos con otras personas, compartir pensamientos, ideas, situaciones, etc. Y esto es algo que se comienza fundamentalmente en la adolescencia. En función de cómo hayan sido nuestras relaciones sociales en esta etapa, se puede extrapolar cierta pauta en el futuro. Al menos ése es mi caso.
Es imprescindible aprender a convivir en sociedad. Tener una vida social sana que nos complemente y nos sirva para manifestar nuestras inquietudes, necesidades, inconformismos, etc. Algunas personas parecen nacer con más facilidad para ello. Pero es algo que también se puede aprender, si se desea.
Ser sociable no está reñido con defender nuestra individualidad. No hace falta que mi opinión tenga que coincidir con la de mis amigos, pero sí podemos (debemos) dejar clara cuál es nuestra opinión de la manera más asertiva y respetuosa con los demás. Más bien, es necesario conocer cómo somos como individuos únicos, cómo nos comportamos con nosotros mismos, qué lenguaje utilizamos cuando nos hablamos, y que todo ello es coherente con lo que queremos ser. A partir de ahí es desde donde nos relacionamos con los demás.
“Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es”
(Jean Paul Sartre)
Partiendo de una buena autoestima, un adecuado autoconocimiento personal, aprendemos a elegir las decisiones correctas para uno, sin temer a ser juzgados (algo inevitable), evitando competir con el resto del grupo de amigos o compañeros, dando la misma importancia a la apariencia externa como a la interna, permitiéndonos mostrarnos vulnerables dentro del ambiente de confianza creado dentro del grupo, porque sabemos que ellos estarán ahí para sostenernos y apoyarnos.