Desde nuestra más tierna infancia, la palabra mayor nos ha venido acompañando. En algunas ocasiones, sin apenas saber pronunciarla, y sin saber que se trataba del adjetivo comparativo de grande. Quizás lo intuyéramos, e incluso, alguna vez hayamos dicho: “mamá, quiero ser mayor”.
Nuestros oídos se acostumbraron a cómo sonaba cuando era pronunciada por las personas que estaban a nuestro alrededor: ¡Qué mayor! ¿Qué quieres ser de mayor? Cuándo seas mayor… Eres muy mayor. Eres el hermano mayor…
Y ahí quedó parte de nuestra información y aprendizaje sobre esa palabra que, con tan sólo cinco letras, es capaz de causarnos incomodidad cuando volvemos a oírla, pasados 40 años.
Y no sólo nos sentimos incómodos con la palabra, también con las personas que cargan con esa etiqueta. Los excluimos de nuestra sociedad, como si la vejez fuese algo que pudiera contagiarse. Datos estadísticos publicados en 2013 apuntan a que un 23,5% de la población total española, es mayor de 60 años. Esto supone casi 11 millones de personas, en una sociedad compuesta por más de 47 millones de habitantes. Estos datos me parecen inquietantes, puesto que he podido comprobar la realidad de esta exclusión social. Con esta exclusión contribuimos a que la persona mayor se refugie en rutinas y en hábitos en los que pretende sentirse segura. Se produce un apartamiento nada beneficioso. El mayor comienza a ver las cosas de una manera distante, apaga su curiosidad y se muestra indiferente ante lo que ocurre.
El catedrático de Fisiología Humana, Francisco Mora, apunta que empezamos a envejecer a los 30 años, porque es cuando se empieza a deteriorar el programa genético. Y Jaime Miguel, ex director del Laboratorio de Envejecimiento de la NASA, lo corrobora cuando dice que “a esa edad comienza el cambio de la fisonomía”. ¡Vaya paradoja! Excluimos precisamente en el momento en el que la curva de envejecimiento comienza a ascender. ¿Excluimos para no ser excluidos?
En el libro El as en la manga de Rita Levi Montalcini, bióloga de 103 años, podemos leer: ”La clave para sentirse bien en la vejez, es tener un as en la manga y saber aprovecharlo”. Descubramos y aprovechemos ese “as en la manga”, aprendiendo a hacernos mayores y entrenándonos para vivir con consciencia, con plenitud y con inteligencia esos años que conforman el tercer acto de nuestras vidas. Aboguemos por promover una cultura del envejecimiento y construyamos una sociedad para todas las edades. El envejecimiento es inevitable y el alargamiento de la vida es uno de los grandes logros del mundo contemporáneo. Aunque también creo, que una vejez deshumanizada es el fracaso de toda una civilización.
“El mejor regalo que podemos ofrecerle al mundo es el de nuestra propia transformación” , escribióLao Tsé. Desde Senior Coach quiero ir más lejos:” En el atardecer de tu vida, es posible un nuevo amanecer.”
La vejez es nuestro destino. Necesitamos reconciliarnos con la idea de envejecer, renaciendo a una nueva realidad. Hagamos alarde de nuestra transformación exterior y sigamos jugando con aquella curiosidad infantil, como cuando decíamos: “mamá, quiero ser mayor” .
Mª Ángeles Mañá,
Ex alumna del curso de Especialista Universitario en Coaching, IE y PNL. Practitioner en PNL y Senior Coach