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PAUTAS PARA MOTIVAR A MI HIJO

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PAUTAS PARA MOTIVAR A MI HIJO

 

 

Un motivo no es siempre una meta para ser alcanzada, sino un horizonte hacia el que dirigir tus pasos. Un motivo es un sentimiento, un impulso, un pensamiento que hace que tu resorte interior se accione y, con ello, toda tu mente y tu cuerpo se dirijan hacia esa actividad

(“El pequeño libro de la motivación”. Rubén Turienzo)

Así comienza este compendio sobre motivación donde poder encontrar más de cuarenta técnicas y herramientas que han utilizado líderes mundiales, entrenadores de alto rendimiento y otros artistas creativos.

Hoy día la falta de motivación a nivel mundial y más concretamente en los jóvenes, es una de las preocupaciones que más inquietan a padres, madres y a toda la sociedad, por las enormes repercusiones globales que este problema está causando ya, y no hace falta esperar al futuro para verlo y darse cuenta.

Empecemos por el principio. La palabra MOTIVACIÓN proviene del término latino “movere”, esto es, “moverse, ponerse en movimiento, estar listo para la acción”. Y esa es una de las primeras características de los chicos y chicas que se “niegan” a recoger sus habitaciones, a obedecer a sus padres, o a hacer los deberes. ¿Para qué? Preguntan ellos.

El impulso más primario que tenemos todos es el de la supervivencia, sobrevivir, seguido de las otras necesidades primarias como son el hambre, la sed, la seguridad, la protección, la reproducción y el abrigo (entre otras, pues éstas varían en función de cada individuo)

Existen dos tipos de motivación:

  • INTRÍNSECA. “Satisfacción producida por la conducta o tarea al ser realizada”. Nace de la automotivación. Ésta es más sana, pues depende sólo y exclusivamente de nosotros.
  • EXTRÍNSECA. “Lo que motiva es el beneficio obtenido como resultado de su desempeño”. Surge de una recompensa obtenida tras realizar la acción. Puede ser un castigo o un premio. Ésta depende siempre de los demás, de sus expectativas hacia nosotros.

 

  • Y tú, ¿dónde estabas hace 20 años?

https://www.youtube.com/watch?v=42AXjcP-B2U

 

Aspectos a tener en cuenta a la hora de entender la falta de motivación en nuestros hijos:

 

1º.   El Lenguaje.

¿Qué lenguaje usas en tu casa? ¿Cómo te hablas a ti mismo? Porque muchas veces creemos que nuestros hijos no se enteran de lo que hacemos o decimos, y ¡menudas parabólicas que tienen! Lo captan absolutamente todo, aun cuando no hablemos, perciben nuestro estado de ánimo, incluso, cuando ni nosotros somos conscientes de cómo estamos.

Existen diferentes teorías que explican el desarrollo del lenguaje a lo largo del crecimiento de las personas. Una de ellas, la «teoría reguladora», explica que tanto acción como pensamiento dependen de la capacidad lingüística de la persona. El psicólogo suizo Jean Piaget mantiene que el lenguaje es el resultado de la evolución de acción y pensamiento.

¿Os habéis dado cuenta de que según el lenguaje que usáis, os sentís de una manera u otra? ¿Habéis pensado en cambiar ese lenguaje a uno más positivo y alegre? (Sí, ya sé que es más fácil de decir que hacerlo, pero por experiencia propia os aseguro que funciona y, si lo necesitáis, escribidme para ayudaros) Repetid esta práctica hasta que se convierta en hábito y tenéis mi garantía 100% de que vuestra vida comenzará a mejorar.

2º.   Las etiquetas.

Cuando cambias tu forma de ver las cosas, las cosas cambian” (Max Planck)

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¿Qué etiquetas recuerdas de tu adolescencia? En mi caso, recuerdo algunas mías y al profundizar en ellas me he dado cuenta de que varias de ellas me las auto puse yo a mí misma, y estuve muchos años responsabilizando a otras personas por ello. También recuerdo que a mi hijo pequeño justo al nacer dije en voz alta: “Tú sí que gritas”, en comparación a mi hija mayor, que no dijo ni media al nacer. A día de hoy mi hijo no calla ni un segundo.

Las etiquetas son calificaciones que hacemos de los niños desde que nacen y tienen gran influencia en su personalidad. Para no encasillar a nuestro hijo con una etiqueta, podemos hacer referencia a su comportamiento y no al niño, es decir, cambiar nuestro foco del “ser” hacia el “hacer”. Estaría fenomenal tomar conciencia de cómo nos sentimos nosotros, de nuestro estado de ánimo, antes de formular cualquier calificación que pueda llegar a ser contraproducente.

Otra recomendación sería la de evitar las comparaciones, puesto que en la mayoría de los casos, lo que se consigue, precisamente, es el resultado contrario. También se puede dar la vuelta a la etiqueta, es decir, convertirla en una cualidad positiva (Es vago, por es tranquilo; es irresponsable, por es aventurero; o, es lento, por le gusta disfrutar).

Párate a pensar y escribe tres etiquetas que les hayas puesto a tus hijos. Una vez que lo tengas, observa cómo les pueden estar influyendo estas etiquetas en sus vidas. ¿Conocéis el “Efecto Pigmalión”, o la “profecía auto cumplida”? Consiste en esa necesidad de etiquetarlo todo. Y esto es extrapolable a cualquier ámbito de nuestra vida. En el caso de poner etiquetas a nuestros hijos (la listilla, el pegón, la graciosa, el payaso, etc.) y repetirlas continuamente (¡ojo! sin ser conscientes de ello en muchos casos, por supuesto), provoca que se lo acaben creyendo y que piensen que nuestras expectativas hacia ellos recaen en que cumplan ese rol.

3º.   Las expectativas.

Tener expectativas adecuadas hacia nuestros hijos es básico. Ya desde el momento del embarazo soñamos en cómo será nuestro bebé, cómo será su carita, a quién se parecerá más, cómo crecerá, etc. Empezamos a tener “expectativas” y sin darnos cuenta. Poco a poco se van desarrollando creencias sobre las capacidades y posibilidades de nuestros hijos, que con palabras o gestos, consciente o inconscientemente, les comunicamos lo que esperamos de ellos y esto se percibe de tal modo que, probablemente, acabarán adaptando su respuesta a lo esperado de ellos.

¿Qué expectativas tienes hacia tu hijo? ¿Qué notas esperas que saque? ¿Y si no lo hace/consigue? ¿En tu adolescencia sacaste siempre las notas que tus padres esperaban de ti? ¿Por qué? ¿Qué ocurría cuando no cumplías sus expectativas? ¿Quieres lo mismo para tus hijos? Obsérvate cuando ocurra esto.

4º.   El entrenamiento.

El éxito es dependiente del esfuerzo” (Sófocles)

¿Quieres saber cómo motivar a tu hijo? Bien. ¿Tú cómo te motivas a ti mismo? ¿Qué pautas o acciones concretas realizas en tu día a día para estar motivado? Porque, nos guste o no, nuestros hijos aprenden, sobre todo, observando nuestro propio comportamiento como individuos y padres que somos.

¡Ah! Que no te sientes motivado con tu vida actual. Bueno, entonces ¿qué pequeñas acciones vas a empezar a realizar para volver a recuperar la motivación en tu vida diaria? Porque, no nos engañemos, ¿cómo pretendes que tu hijo se motive a estudiar y sacar unas notas estupendas (para ti), si tú mismo no sabes cómo hacerlo? Este es el principio. El primer paso: darse cuenta y reconocer nuestra situación actual.

A ver, no es “obligatorio” sentirse motivado todo el rato durante todos los días. Como humanos que somos, estaremos unos días mejor que otros. La cosa es así. Pero todo es mejorable si realizamos un pequeño entrenamiento diario. Y para empezar, podríamos ir incorporando algunos cambios en el lenguaje que usamos, sobre todo, hacia nuestros hijos. Por ejemplo: frente a frases como “Eres un desordenado. Fíjate en tu hermana cómo lo  hace. Estoy harta de ti. No sabes estarte quiero. Sigue así y no tendrás amigos, te quedarás solo”, podríamos utilizar estas otras expresiones: “Sé que lo has hecho sin querer. Yo sé que eres bueno. Estoy muy orgullosa de ti. Puedes llegar donde tú quieras”, etc.

Incorporar esta pequeña y breve rutina en nuestro día a día con constancia, provocará grandes cambios en no mucho tiempo.

5º.   La recompensa frente al castigo.

La recompensa incrementa el hecho de que se repita una misma respuesta ante un estímulo concreto. Cuando esto ocurre, se refuerza esa pauta y se produce el aprendizaje. Aunque el concepto de recompensa varía de una persona a otra, lo que sí se repite es que nada moverá a una persona, a menos que sienta que el esfuerzo realizado merecerá la pena para conseguir esa recompensa deseada.

El castigo es entendido como prevención o como un  correctivo. Para que se produzca aprendizaje con el castigo, se “rehabilite”, ha de producirse una alta dependencia a la recompensa. Y para ello es preciso trabajar los plazos largos en el tiempo, frente a la inmediatez, el corto plazo, el aquí y ahora

6º.   Los valores educativos familiares.

Este capítulo da para varios post, pero intentaré hacer un brevísimo resumen ajustándolo al tema que hoy nos ocupa.

Una herramienta fabulosa para tratar la motivación en nuestros hijos son Los Valores.  En anteriores post ya escribí sobre este tema, sobre el cual podéis profundizar pinchando AQUÍ. Desde ya os digo que tus valores como padre no tienen por qué coincidir con los de tu hijo, de ahí la importancia de tenerlos muy claros y aprender a respetarlos mutuamente. Hecho esto, conseguiréis una mejora notable en vuestra convivencia.

  • EJERCICIO: Indica del 1 al 10 tu grado de motivación en tu vida (1 representa poco motivado y 10 sería súper motivado). Responde: ¿qué dos valores estás honrando hoy y qué acciones concretas lo justifican? ¿Qué valor necesitarías para sentirte más motivado? Comprométete y reflexiona: ¿Qué vas a hacer hoy para empezar a honrar y respetar más ese valor? ¿Qué cambiará con ello tu vida diaria?

Y para terminar…

Cuatro claves para trabajar la motivación hacia nuestros hijos a partir de nuestra figura de padre/madre:

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  • ACEPTA A TU HIJO TAL Y COMO ES. Las expectativas que tenemos los padres es algo que ya hemos tratado arriba. Cuando etiquetamos a nuestros niños y decimos que nos han salido con “carácter”. Estamos obsesivamente pendientes de qué van a decir o a hacer, que no nos pongan en evidencia delante de los demás. Siempre nuestro apoyo debe ser incondicional. Permitamos descubrir quién es y cómo es nuestro hijo, qué talentos tiene. Permitamos que nos sorprendan. CONFIEMOS EN ELLOS. Así ahorraremos nuestra energía, nos abrimos a la sorpresa, relajamos nuestras expectativas y vivimos con plenitud.
  • RESPETA SUS TIEMPOS DE APRENDIZAJE. ¿Qué ocurre cuando tu jefe, o un cliente te presiona para que aceleres en la entrega de un trabajo o encargo y no sabes por dónde seguir, o qué más hacer? ¿Qué sientes cuando un amigo no para de repetirte que no avanzas en algo, o que nunca aprendes de cierta experiencia, que siempre te pasa lo mismo? Ahora lleva esas situaciones a la vida de tus hijos. Sabiendo de antemano el caos en el que se sienten ya de por sí. Se supone que nosotros somos adultos responsables y maduros, aunque todos sabemos que esto, a veces, no es así. Los ritmos de aprendizaje vienen determinados por factores como edad del individuo, madurez psicológica, condición neurológica, motivación, preparación previa, dominio cognitivo de estrategias, uso de inteligencias múltiples, estimulación hemisférica cerebral, nutrición, etc.
  • PASA TIEMPO (DE CALIDAD) CON ÉL. ¿Cuánto tiempo diario vemos a nuestros hijos? ¿Cuánto tiempo REAL pasamos con ellos? ¿Es tiempo de calidad? ¿Es así como queremos que nos recuerden nuestros hijos cuando ya no estemos? O planteado de otra forma, ¿es así como queremos nosotros despedirnos (cuando nos toque) al pensar en nuestros hijos? Sí, suena muy drástico, pero es que es así. Seguro que alguno de vosotros habéis escuchado la frase de Steve Jobs:

 

«Cada día me miro en el espejo y me pregunto: «Si hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy?». Si la respuesta es «no» durante demasiados días seguidos, sé que necesito cambiar algo»

(Notas: discurso en un acto de graduación en Stanford, 12 de junio de 2005).

 

  • CONFÍA EN TU HIJO. La confianza se asemeja mucho al dinero: es difícil de ganar, fácil de perder y parece que nunca es suficiente. ¿Recuerdas cuando eras joven? ¿Recuerdas cuando tus padres veían las cosas de manera diferente a la tuya? Pues es lo mismo. Intenta empatizar con tu hijo, ponte en su lugar recordando lo que tú vivías a su edad. Desde ahí le podrás comprender mucho mejor y seguro que le ayudarás mucho mejor. Si tú no confías en tus hijos, ¿cómo puedes esperar que ellos confíen en ti?